ASI SOMOS

Algunos nos llaman adúlteros, nosotros preferimos definirnos como:

católicos por el bautismo, comprometidos por la fe, independientes porque nadie nos ha lavado el cerebro, divorciados por que las circunstancias de la vida nos han llevado a un fracaso y en nueva unión porque creemos firmemente en la familia como célula básica de la sociedad y hacemos de la Comunión Espiritual nuestro alimento del alma y porque nos sometemos al Fuero Externo.

Todo esto aunque los retrógrados y preconciliares nos digan simplemente ADULTEROS.

marzo 08, 2009

CUANDO LOS SUEÑOS MUEREN (Parte 3 de 5)


Si lo que dice en este post lo hubieramos dicho nosotros, seríamos tildados de herejes esteriotipados, pero aun dicho por los bispos, tampoco ha sido escuchado lo suficiente.

La muerte de un sueño


Debemos evitar el falso concepto de que el divorcio es siempre escogido como una solución fácil. La separación y el divorcio marcan la muerte de un sueño, y los sueños mueren cuando la esperanza ya no tiene sentido. El resultado es la aflicción.

Por otra parte, quienes iniciaron el matrimonio como un compromiso de por vida constatan cómo la solemne promesa se ha roto, por lo que es inevitable que surjan sentimientos de culpa.


La aflicción y la culpa entran en conflicto en la personalidad de la persona separada o divorciada, dando lugar a una soledad que para algunos resulta insoportable.

La situación se resume en que una persona se ve separada de otra a la que había aceptado como pareja de por vida y con la que había esperado y proyectado compartir el reto de vivir juntas.

Ambas personas siguen viviendo, pero

su vida en común ha muerto.

Esta muerte ha sido denominada «viudez psicológica» (una situación que, por supuesto, puede darse también en matrimonios que formalmente no se han roto).

El estrés y la sensación de pérdida que acompañan y siguen a la viudez psicológica son comparables a las reacciones frente a la separación por muerte física.

Y esto puede afirmarse también de los niños, cuya tragedia, a menudo, es aún mayor, y cuyo sufrimiento, que no pueden identificar ni comprender fácilmente, está sumido en la confusión que supone verse «atrapados» en el caos de la separación.


Fuente:

Declaración publicada en principio por los obispos de Nueva Zelanda en 1982 y que posteriormente la hicieron suya los obispos de Australia.

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