ASI SOMOS

Algunos nos llaman adúlteros, nosotros preferimos definirnos como:

católicos por el bautismo, comprometidos por la fe, independientes porque nadie nos ha lavado el cerebro, divorciados por que las circunstancias de la vida nos han llevado a un fracaso y en nueva unión porque creemos firmemente en la familia como célula básica de la sociedad y hacemos de la Comunión Espiritual nuestro alimento del alma y porque nos sometemos al Fuero Externo.

Todo esto aunque los retrógrados y preconciliares nos digan simplemente ADULTEROS.

marzo 09, 2009

¿EL ABRAZO QUE NO LLEGA? (Parte 5 de 9)


En este post, el autor nos ofrece varias aclaraciones, que cuanto menos nos deberían generar mucha paz interior, esa que a veces nos se nos nubla por recomendaciones equivocadas.

Divorciados y comunión

«En lo necesario, unidad; en lo discutible, libertad; en todo, CARIDAD»
(SAN AGUSTÍN).

Antes de seguir, puede ser necesario aclarar un par de puntos, ya que en ocasiones, incluso en algunas homilías, se escuchan frases que son fruto, cuando menos, de la más profunda ignorancia.

Primero, los católicos divorciados gozan de una plena y absoluta unión con la Iglesia, no están excomulgados y pueden recibir la comunión eucarística.

Es decir, en lenguaje claro y simple, el divorcio no es pecado.

La persona divorciada, por el mero hecho de serlo, no está en una «situación irregular».


Esto, hay muchos católicos que, desgraciadamente, no lo saben.


Y lo que es más grave: hay sacerdotes que no lo predican.


Segundo, los católicos divorciados y casados de nuevo sin obtener la nulidad de su primer matrimonio no están excomulgados.

Más aún, es tarea de los pastores y de toda la Iglesia procurar
«con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida».

Existe la petición expresa de que «se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad a favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios».


Se constata el deseo y la petición de que «la Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza» [todos los entrecomillados pertenecen a la exhortación apostólica Familiaris Consortio, n. 84].


Evidentemente, desde la doctrina de la Iglesia se anima a los creyentes en situación «irregular» (divorciados y vueltos a casar) a solicitar la anulación de su primer matrimonio, para así poder participar de nuevo en la comunión eucarística.

Pero ¿qué ocurre cuando no es posible obtener la anulación?

Existen muchos casos posibles: ausencia o fallecimiento de testigos, negativa de los testigos a ser entrevistados, deseo de no «dañar» la fama del otro cónyuge, deseo de no someter a familiares a interrogatorios, ignorancia sobre los procedimientos a seguir, párrocos demasiado ocupados en otras tareas, abogados poco competentes, funcionarios eclesiásticos poco comprensivos, personas que están subjetivamente seguras en conciencia de que su anterior matrimonio nunca había sido válido y que no pueden demostrarlo.

Para el tema, tan importante como discutido, de las llamadas «soluciones en el fuero interno», así como para conocer la fraternal polémica entre los obispos del Oberrhein (Mons. Oskar Saier, Mons. Karl Lehmann y Mons. Walter Kasper) y la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, cf. nota 2. Sólo cito casos de los que conozco ejemplos concretos; sin duda, personas con más experiencia que yo en el tema se habrán encontrado con una diversidad de casos aún mayor.

En cada ejemplo concreto se trata de personas concretas, con vidas concretas, con sueños concretos, con sufrimientos -bien lo sabe Dios muy concretos. ¿Qué hacemos? ¿Qué debe hacer la Iglesia en estos casos?

No hace mucho, una persona en esta situación me preguntaba: ¿qué pecado hemos cometido que no pueda ser perdonado?; ¿qué es lo que causa tanta incomodidad de nuestra situación?; ¿por qué los que interpretan el Evangelio se toman tan al pie de la letra algunos textos y «se saltan a la torera» otros?


Fuente:

Revista Sal Terrae, Nº 93 (2005) páginas 963-974,
Artículo: ¿El abrazo que no llega?

Autor: Pablo Guerrero Rodríguez SJ

Asesor familiar. Madrid.


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