Parece muy interesante y novedosa toda esta declaración de los Obispos, y a pesar que de fines del siglo pasado, dá la sensación que que por actualzado de su contendio bien podría ser del siglo que viene.
Un tiempo para el duelo... y el perdón
Deseamos dirigimos ahora en especial a aquellos de vosotros que estáis experimentando la angustia de asistir a la muerte de vuestro matrimonio.
Reconocemos que existe un auténtico proceso de duelo por el que habéis de pasar. También puede darse, junto con el dolor que sentís, un profundo enojo.
Ambas cosas deberían encontrar una respuesta compasiva en la comunidad eclesial.
La Iglesia está especialmente capacitada para ayudaros a afrontar vuestra ira y reunir el valor necesario para perdonar, porque sabe que el perdón -el amor reconciliador de Jesucristo- es el fundamento de su esperanza.
La ira daña a quien está airado y, al igual que ocurre con el duelo, hemos de permitirle que sirva para sanar.
No tendríais que disculparos por buscar el consejo
de un sacerdote.
Al contrario, deberíais encontrar en él a un oyente atento y a un pastor comprensivo.
Jesús, el buen pastor, se dirige a aquellos que han entregado sus vidas a su servicio cuando dice: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso... pues soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11,28).
De igual modo, la comunidad parroquial debería reflejar el calor de una familia amorosa.
Cuando la parroquia abre sus brazos y acoge amorosamente a los desfavorecidos, está acogiendo al propio Jesús (véase Mateo 25,31-46).
Debéis saber que no tenéis que llevar solos el peso de vuestra soledad.
El Señor, que está cerca de los abatidos (Salmo 34), desea que encontréis la paz. y es la comunidad que lleva su nombre la que ha de revelar el lugar donde hallar dicha paz.
La vida necesita amor
Gran parte de lo que aquí hemos expuesto se aplica también a quienes, después de un divorcio, han intentado un nuevo matrimonio fuera de la Iglesia.
A vosotros queremos deciros una palabra especial.
Aunque, después de haberos divorciado y vuel¬to a casar, no podéis participar en los sacramentos como miembros de pleno derecho de la comunidad, ésta tiene el importante deber de apoyar, animar y nutrir vuestra fe, porque seguís siendo nuestros hermanos y hermanas.
En marzo de 1979, en su primera carta encíclica a la Iglesia ya todos los hombres y mujeres de buena voluntad, el papa Juan Pablo II nos recordó que la vida es imposible sin amor.
Si el amor no se nos revela, si no lo encontramos, «si no lo expe¬rimentamos y lo hacemos propio», entonces la vida «está privada de sentido» (véase Redemptor hominis, 10).
Estas palabras tienen aquí especial relevancia.
Las faltas personales contribuyen invariablemente a cualquier ruptura matrimonial.
Nadie niega que las personas pueden fallar.
Pero, si logramos entender que el fracaso no hace a nadie indigno de ser amado a los ojos de Dios, estará muy claro que las personas, a pesar de sus fallos, siempre tienen derecho a nuestro amor.
La necesidad de amor no desaparece por el simple hecho de que una persona ya no esté casada.
Dado que ha conocido el amor, la necesidad es aún mayor.
Y si no encuentra ese amor en una comunidad cristiana acogedora, abierta, humilde y espiritualmente adulta, quizá lo busque en una nueva amistad irregular. Todos tenemos una responsabilidad a este respecto.
* Animamos a los que os habéis casado de nuevo a examinar vuestras circunstancias concretas y, si vuestro párroco lo cree conveniente, a buscar la ayuda del tribunal diocesano.
* Pedimos a nuestros sacerdotes y ministros laicos que estudien la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, con el fin de apoyar activamente a las personas que tratan de ayudar, y que estén dispuestos a escuchar y acompañar a quienes buscan consejo.
* Nuestros servicios sociales católicos ofrecen consejo y guía profesional.
Un encuentro con estos servicios, cuando se han reconocido las dificultades, puede ayudar a las parejas a evitar crisis posteriores.
* Los consejos pastorales parroquiales deberían interesarse especialmente en este vital aspecto, buscando formas de enriquecer el bienestar litúrgico, social y educativo de quienes tienen dificultades en su matrimonio.
Fuente:
Declaración publicada en principio por los obispos de Nueva Zelanda en 1982 y que posteriormente la hicieron suya los obispos de Australia.
Le escribo por este medio, sin complejos ni pre conceptos pueriles, con la casi plena seguridad que Usted nunca llegará a enterarse del contenido de la presente, salvo que algún piadoso villenense, estudiante de doctorado, o algún otro visitante ocasional de la Santa Sede se la haga llegar, pero como decía un Santo nacido en Barbastro (Huelva): “Haz lo que debas, a...unque debas lo que hagas” y a eso vamos.
Me tomo el atrevimiento de dirigirme a Usted desde las antípodas del pensamiento (futbolísticamente hablando, obvio, aunque estemos en la B Nacional, Huracán, existe) tal como lo hice hace más de 10 años y en ese momento para mi sorpresa tuve una respuesta elocuente, nada de palabras huecas, nada de dilaciones estériles, actos concretos, hechos reales.
Bastó una Audiencia casi inmediata con el Obispo Auxiliar a cargo de la Pastoral Familiar en la Redonda de Belgrano y si no hubiera sido por mi cruzada del charco, seguramente desde varios años esa idea hubiera tomado cuerpo, hubiera visto la luz y, quizás, hoy muchos nos sentiríamos partícipes de un muy interesante ámbito de reflexión y contención.
Como no le di las gracias en su momento, tarde pero seguro, aprovecho la oportunidad para hacerlo. Nobleza obliga.
También le escribo desde el conocimiento, casi en primera persona, de sus apoyos a un hermoso y colorido movimiento, nacido en Palma de Mallorca y difundido en todo el mundo, con relación a una apertura muy acorde a los tiempos, aunque por razones estatutarias (obviamente modificables) no hayan considerado posibles sus sugerencias, ha sido otra verdadera lástima.
Se podría haber brindado contención y felicidad a muchos, pero las cosas son como son y quizás en el futuro la apertura, el aggiornamiento y la comprensión sean elementos que algunos puedan tener en cuenta y seguramente contarán con el respaldo de quienes corresponda.
Imagino, sin demasiada inteligencia, que el camino que deberá recorrer será cualquier cosa menos fácil, que como dice San Lucas en su capítulo 10, "la mies es mucha y los obreros pocos", al menos los que estén realmente dispuestos a poner cada cosa en su lugar, pero al aceptar la decisión del Cónclave eso ya lo sabía, así que ahora sólo resta hacer y confiar en la Divina Providencia.
Su estilo claro, cercano, agradable será un buen elemento para "caminar, edificar y confesar" como magistralmente nos ha señalado el derrotero y es dable creer que por esa huella será un desafío alucinante caminar, sin necesidad de demasiadas cosas extras.
Los temas siempre pendientes son muchos, todos importantes y según con quien uno hable o que periódico lea parece que todos necesitan una respuesta inmediata, ejemplarizante en algunos casos y de estricta justicia en otros, pero realmente cada cosa deberá esperar su turno y esa Iglesia a la medida de cada uno, esa Iglesia que reivindique al Evangelio según San Yo, esa Iglesia inmediatista del Llame Ya, es una Iglesia que no existe y que seguramente no existirá, así que no se preocupe, mientras tanto ladrarán y esa será la señal inequívoca que cabalgamos.
A pesar de todo me atreveré a llamar su atención en un tema que a varios, diseminados por todo el mundo, nos ha tocado la lamentable situación de romper nuestros matrimonios y en algunos casos la bendición de tener una nueva posibilidad y hemos encontrado en la Exhortación Apostólica Familiris Consortio una luz de esperanza, aunque luego de más 30 años de esa hermosa Encíclica de SS Juan Pablo II, quizás algo más se pueda hacer, tal como se ha planteado en varios Sínodos.
El acceso a los Sacramentos es pan de vida y bebida de salvación y aunque cueste creerlo, son muchos los famélicos que verían con sumo agrado que de una manera concreta se los tuviera en cuenta y para eso contamos con Usted, con su comprensión, con su cordialidad, con su buen hacer y recordando a San Mateo (7.7) resuena en los oídos, en el cerebro y en los corazones aquello de:”Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” y esto renueva la ilusión y esperanza, esa segunda virtud teologal que algunas veces el ajetreo de lo cotidiano nos hace olvidar.
La Comunión Espiritual es reconfortante, es un paliativo hermoso, es un acto de cercanía que hace vibrar el cerebro y que acelera las pulsaciones, pero convengamos que no es lo mismo ni mucho menos y de eso pueden dar testimonio elocuente quienes a lo largo de los años se quedan de rodillas en los reclinatorios, con rostros compungidos y dolor en el corazón.
Sabemos que el camino será largo, que los obstáculos se multiplicarán a cada paso, que entre las urgencias de unos y la laxitud de otros algunas cosas se podrán complicar, pero también sabemos que si bien no hay rosas sin espinas, quizás algún día podamos decir que no hay espinas sin rosas.
Me despido con la inconmensurable convicción que: Cristo, cuenta contigo y nosotros con su Gracia.
Dios guarde a Su Santidad
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