En este post, el autor nos direcciona hacia un excelente documento (el cual hemos publicado muy recientemente) y nos regala un análisis complementario, de modo que no perdamos ningún detalle.
Cuando los sueños mueren
En 1982, los obispos de Nueva Zelanda escribieron una declaración sobre la atención pastoral a los católicos separados y divorciados; meses después, la hizo suya la Conferencia Episcopal Australiana.
Su título: Cuando los sueños mueren.
Constituye, a mi juicio, el documento más hermoso dirigido a aquellos que padecen el dolor y la pérdida de una ruptura matrimonial.
El texto íntegro de dicha Declaración puede encontrarse en J. HOSIE, op. cit., pp. 93-102.
Su punto de partida es claro: «la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad y la fidelidad matrimonial no debe separarse de su doctrina sobre la necesidad de mostrar compasión y comprensión hacia quienes se encuentran en cualquier clase de dificultad».
Y es que «las personas compasivas muestran el rostro de Dios a un mundo en el que son muchos los que se ven afligidos por la tristeza, la duda y el miedo».
En dicho documento, y por eso hago referencia a él, presenta el divorcio como la muerte de un sueño y como tiempo para el duelo...
Demasiado a menudo, no prestamos atención a la situación real de las personas que se divorcian.
Todos los estudios realizados hasta el momento consideran la separación-divorcio como una de las tres situaciones más estresantes y Esto saldra antes del leer mas
dolorosas a las que se enfrenta un ser humano.
Las otras dos situaciones son la muerte de un hijo y la muerte del cónyuge.
En la mayoría de los estudios se sitúa el divorcio por encima de la muerte del cónyuge.
En el caso de las mujeres, en todos los estudios, la situación más dolorosa es la muerte de un hijo.
Desde mi experiencia profesional, coincido plenamente con la opinión de John Hosie en lo relativo a que «muy pocos, fuera de los que se han divorciado, pueden apreciar realmente que se trata de una de las peores experiencias que pueden sucederle a uno.
El dolor que produce es perfectamente comparable al provocado por la muerte del cónyuge.
Pero, además de este sentimiento, pueden producirse otros (fracaso, vergüenza, culpabilidad, rabia...) verdaderamente abrumadores.
Los divorciados sienten como si se ahogaran y como si nadie pareciera saberlo o preocuparse por ello» Ibid., pp. 21-22.
Otros sentimientos que aparecen a menudo en la experiencia de las personas divorciadas es la soledad y el abandono.
Los amigos y la familia no saben bien qué hacer y, en muchos casos, se dividen, se «retiran» o, peor aún (si cabe) juzgan y condenan.
En los momentos en que más necesitan ayuda, se sienten más abandonados y vulnerables.
Hay autores que hablan incluso del «estigma del divorcio». Algunos creyentes perciben esta sensación de abandono e incomprensión también en la Iglesia.
En algunos casos, incluso, se sienten maltratados por los tribunales eclesiásticos cuando acuden a iniciar un proceso de nulidad matrimonial. Es de justicia señalar que en nuestro país abundan tribunales eclesiásticos que se esfuerzan por atender con cariño, profesionalidad y delicadeza a las personas que inician un proceso de nulidad.
Es tarea de las personas que ejercemos ministerios pastorales informar verazmente sobre lo que significa un proceso de nulidad y contribuir así a acabar con una (en la mayoría de los casos injustificada) «leyenda negra» sobre dichos procesos.
De todas formas, tal y como han señalado numerosos obispos, teólogos y canonistas, los tribunales eclesiásticos necesitan «agilizar» y «humanizar» aún más los procesos de nulidad matrimonial.
La Iglesia, que por vocación debe ser lugar de acogida para los que están en necesidad, no acierta en ocasiones a abrazar a los hermanos y hermanas que sufren a causa del divorcio.
Y es que no hay abrazos a medias...
Este sentimiento de abandono e incomprensión (en la que, como he dicho, es probablemente la circunstancia más dolorosa que han vivido hasta ese momento) se acrecienta en el momento en que contraen segundas nupcias sin haber obtenido la nulidad del primer matrimonio.
Fuente:
Revista Sal Terrae, Nº 93 (2005) páginas 963-974,
Artículo: ¿El abrazo que no llega?
Autor: Pablo Guerrero Rodríguez SJ
Asesor familiar. Madrid.
Le escribo por este medio, sin complejos ni pre conceptos pueriles, con la casi plena seguridad que Usted nunca llegará a enterarse del contenido de la presente, salvo que algún piadoso villenense, estudiante de doctorado, o algún otro visitante ocasional de la Santa Sede se la haga llegar, pero como decía un Santo nacido en Barbastro (Huelva): “Haz lo que debas, a...unque debas lo que hagas” y a eso vamos.
Me tomo el atrevimiento de dirigirme a Usted desde las antípodas del pensamiento (futbolísticamente hablando, obvio, aunque estemos en la B Nacional, Huracán, existe) tal como lo hice hace más de 10 años y en ese momento para mi sorpresa tuve una respuesta elocuente, nada de palabras huecas, nada de dilaciones estériles, actos concretos, hechos reales.
Bastó una Audiencia casi inmediata con el Obispo Auxiliar a cargo de la Pastoral Familiar en la Redonda de Belgrano y si no hubiera sido por mi cruzada del charco, seguramente desde varios años esa idea hubiera tomado cuerpo, hubiera visto la luz y, quizás, hoy muchos nos sentiríamos partícipes de un muy interesante ámbito de reflexión y contención.
Como no le di las gracias en su momento, tarde pero seguro, aprovecho la oportunidad para hacerlo. Nobleza obliga.
También le escribo desde el conocimiento, casi en primera persona, de sus apoyos a un hermoso y colorido movimiento, nacido en Palma de Mallorca y difundido en todo el mundo, con relación a una apertura muy acorde a los tiempos, aunque por razones estatutarias (obviamente modificables) no hayan considerado posibles sus sugerencias, ha sido otra verdadera lástima.
Se podría haber brindado contención y felicidad a muchos, pero las cosas son como son y quizás en el futuro la apertura, el aggiornamiento y la comprensión sean elementos que algunos puedan tener en cuenta y seguramente contarán con el respaldo de quienes corresponda.
Imagino, sin demasiada inteligencia, que el camino que deberá recorrer será cualquier cosa menos fácil, que como dice San Lucas en su capítulo 10, "la mies es mucha y los obreros pocos", al menos los que estén realmente dispuestos a poner cada cosa en su lugar, pero al aceptar la decisión del Cónclave eso ya lo sabía, así que ahora sólo resta hacer y confiar en la Divina Providencia.
Su estilo claro, cercano, agradable será un buen elemento para "caminar, edificar y confesar" como magistralmente nos ha señalado el derrotero y es dable creer que por esa huella será un desafío alucinante caminar, sin necesidad de demasiadas cosas extras.
Los temas siempre pendientes son muchos, todos importantes y según con quien uno hable o que periódico lea parece que todos necesitan una respuesta inmediata, ejemplarizante en algunos casos y de estricta justicia en otros, pero realmente cada cosa deberá esperar su turno y esa Iglesia a la medida de cada uno, esa Iglesia que reivindique al Evangelio según San Yo, esa Iglesia inmediatista del Llame Ya, es una Iglesia que no existe y que seguramente no existirá, así que no se preocupe, mientras tanto ladrarán y esa será la señal inequívoca que cabalgamos.
A pesar de todo me atreveré a llamar su atención en un tema que a varios, diseminados por todo el mundo, nos ha tocado la lamentable situación de romper nuestros matrimonios y en algunos casos la bendición de tener una nueva posibilidad y hemos encontrado en la Exhortación Apostólica Familiris Consortio una luz de esperanza, aunque luego de más 30 años de esa hermosa Encíclica de SS Juan Pablo II, quizás algo más se pueda hacer, tal como se ha planteado en varios Sínodos.
El acceso a los Sacramentos es pan de vida y bebida de salvación y aunque cueste creerlo, son muchos los famélicos que verían con sumo agrado que de una manera concreta se los tuviera en cuenta y para eso contamos con Usted, con su comprensión, con su cordialidad, con su buen hacer y recordando a San Mateo (7.7) resuena en los oídos, en el cerebro y en los corazones aquello de:”Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” y esto renueva la ilusión y esperanza, esa segunda virtud teologal que algunas veces el ajetreo de lo cotidiano nos hace olvidar.
La Comunión Espiritual es reconfortante, es un paliativo hermoso, es un acto de cercanía que hace vibrar el cerebro y que acelera las pulsaciones, pero convengamos que no es lo mismo ni mucho menos y de eso pueden dar testimonio elocuente quienes a lo largo de los años se quedan de rodillas en los reclinatorios, con rostros compungidos y dolor en el corazón.
Sabemos que el camino será largo, que los obstáculos se multiplicarán a cada paso, que entre las urgencias de unos y la laxitud de otros algunas cosas se podrán complicar, pero también sabemos que si bien no hay rosas sin espinas, quizás algún día podamos decir que no hay espinas sin rosas.
Me despido con la inconmensurable convicción que: Cristo, cuenta contigo y nosotros con su Gracia.
Dios guarde a Su Santidad
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