En este post, el autor nos ofrece varias aclaraciones, que cuanto menos nos deberían generar mucha paz interior, esa que a veces nos se nos nubla por recomendaciones equivocadas.
Divorciados y comunión
«En lo necesario, unidad; en lo discutible, libertad; en todo, CARIDAD» (SAN AGUSTÍN).
Antes de seguir, puede ser necesario aclarar un par de puntos, ya que en ocasiones, incluso en algunas homilías, se escuchan frases que son fruto, cuando menos, de la más profunda ignorancia.
Primero, los católicos divorciados gozan de una plena y absoluta unión con la Iglesia, no están excomulgados y pueden recibir la comunión eucarística.
Es decir, en lenguaje claro y simple, el divorcio no es pecado.
La persona divorciada, por el mero hecho de serlo, no está en una «situación irregular».
Esto, hay muchos católicos que, desgraciadamente, no lo saben.
Y lo que es más grave: hay sacerdotes que no lo predican.
Segundo, los católicos divorciados y casados de nuevo sin obtener la nulidad de su primer matrimonio no están excomulgados.
Más aún, es tarea de los pastores y de toda la Iglesia procurar «con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida».
Existe la petición expresa de que «se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad a favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios».
Se constata el deseo y la petición de que «la Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza» [todos los entrecomillados pertenecen a la exhortación apostólica Familiaris Consortio, n. 84].
Evidentemente, desde la doctrina de la Iglesia se anima a los creyentes en situación «irregular» (divorciados y vueltos a casar) a solicitar la anulación de su primer matrimonio, para así poder participar de nuevo en la comunión eucarística.
Pero ¿qué ocurre cuando no es posible obtener la anulación?
Existen muchos casos posibles: ausencia o fallecimiento de testigos, negativa de los testigos a ser entrevistados, deseo de no «dañar» la fama del otro cónyuge, deseo de no someter a familiares a interrogatorios, ignorancia sobre los procedimientos a seguir, párrocos demasiado ocupados en otras tareas, abogados poco competentes, funcionarios eclesiásticos poco comprensivos, personas que están subjetivamente seguras en conciencia de que su anterior matrimonio nunca había sido válido y que no pueden demostrarlo.
Para el tema, tan importante como discutido, de las llamadas «soluciones en el fuero interno», así como para conocer la fraternal polémica entre los obispos del Oberrhein (Mons. Oskar Saier, Mons. Karl Lehmann y Mons. Walter Kasper) y la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, cf. nota 2. Sólo cito casos de los que conozco ejemplos concretos; sin duda, personas con más experiencia que yo en el tema se habrán encontrado con una diversidad de casos aún mayor.
En cada ejemplo concreto se trata de personas concretas, con vidas concretas, con sueños concretos, con sufrimientos -bien lo sabe Dios muy concretos. ¿Qué hacemos? ¿Qué debe hacer la Iglesia en estos casos?
No hace mucho, una persona en esta situación me preguntaba: ¿qué pecado hemos cometido que no pueda ser perdonado?; ¿qué es lo que causa tanta incomodidad de nuestra situación?; ¿por qué los que interpretan el Evangelio se toman tan al pie de la letra algunos textos y «se saltan a la torera» otros?
Fuente:
Revista Sal Terrae, Nº 93 (2005) páginas 963-974,
Artículo: ¿El abrazo que no llega?
Autor: Pablo Guerrero Rodríguez SJ
Asesor familiar. Madrid.
Le escribo por este medio, sin complejos ni pre conceptos pueriles, con la casi plena seguridad que Usted nunca llegará a enterarse del contenido de la presente, salvo que algún piadoso villenense, estudiante de doctorado, o algún otro visitante ocasional de la Santa Sede se la haga llegar, pero como decía un Santo nacido en Barbastro (Huelva): “Haz lo que debas, a...unque debas lo que hagas” y a eso vamos.
Me tomo el atrevimiento de dirigirme a Usted desde las antípodas del pensamiento (futbolísticamente hablando, obvio, aunque estemos en la B Nacional, Huracán, existe) tal como lo hice hace más de 10 años y en ese momento para mi sorpresa tuve una respuesta elocuente, nada de palabras huecas, nada de dilaciones estériles, actos concretos, hechos reales.
Bastó una Audiencia casi inmediata con el Obispo Auxiliar a cargo de la Pastoral Familiar en la Redonda de Belgrano y si no hubiera sido por mi cruzada del charco, seguramente desde varios años esa idea hubiera tomado cuerpo, hubiera visto la luz y, quizás, hoy muchos nos sentiríamos partícipes de un muy interesante ámbito de reflexión y contención.
Como no le di las gracias en su momento, tarde pero seguro, aprovecho la oportunidad para hacerlo. Nobleza obliga.
También le escribo desde el conocimiento, casi en primera persona, de sus apoyos a un hermoso y colorido movimiento, nacido en Palma de Mallorca y difundido en todo el mundo, con relación a una apertura muy acorde a los tiempos, aunque por razones estatutarias (obviamente modificables) no hayan considerado posibles sus sugerencias, ha sido otra verdadera lástima.
Se podría haber brindado contención y felicidad a muchos, pero las cosas son como son y quizás en el futuro la apertura, el aggiornamiento y la comprensión sean elementos que algunos puedan tener en cuenta y seguramente contarán con el respaldo de quienes corresponda.
Imagino, sin demasiada inteligencia, que el camino que deberá recorrer será cualquier cosa menos fácil, que como dice San Lucas en su capítulo 10, "la mies es mucha y los obreros pocos", al menos los que estén realmente dispuestos a poner cada cosa en su lugar, pero al aceptar la decisión del Cónclave eso ya lo sabía, así que ahora sólo resta hacer y confiar en la Divina Providencia.
Su estilo claro, cercano, agradable será un buen elemento para "caminar, edificar y confesar" como magistralmente nos ha señalado el derrotero y es dable creer que por esa huella será un desafío alucinante caminar, sin necesidad de demasiadas cosas extras.
Los temas siempre pendientes son muchos, todos importantes y según con quien uno hable o que periódico lea parece que todos necesitan una respuesta inmediata, ejemplarizante en algunos casos y de estricta justicia en otros, pero realmente cada cosa deberá esperar su turno y esa Iglesia a la medida de cada uno, esa Iglesia que reivindique al Evangelio según San Yo, esa Iglesia inmediatista del Llame Ya, es una Iglesia que no existe y que seguramente no existirá, así que no se preocupe, mientras tanto ladrarán y esa será la señal inequívoca que cabalgamos.
A pesar de todo me atreveré a llamar su atención en un tema que a varios, diseminados por todo el mundo, nos ha tocado la lamentable situación de romper nuestros matrimonios y en algunos casos la bendición de tener una nueva posibilidad y hemos encontrado en la Exhortación Apostólica Familiris Consortio una luz de esperanza, aunque luego de más 30 años de esa hermosa Encíclica de SS Juan Pablo II, quizás algo más se pueda hacer, tal como se ha planteado en varios Sínodos.
El acceso a los Sacramentos es pan de vida y bebida de salvación y aunque cueste creerlo, son muchos los famélicos que verían con sumo agrado que de una manera concreta se los tuviera en cuenta y para eso contamos con Usted, con su comprensión, con su cordialidad, con su buen hacer y recordando a San Mateo (7.7) resuena en los oídos, en el cerebro y en los corazones aquello de:”Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” y esto renueva la ilusión y esperanza, esa segunda virtud teologal que algunas veces el ajetreo de lo cotidiano nos hace olvidar.
La Comunión Espiritual es reconfortante, es un paliativo hermoso, es un acto de cercanía que hace vibrar el cerebro y que acelera las pulsaciones, pero convengamos que no es lo mismo ni mucho menos y de eso pueden dar testimonio elocuente quienes a lo largo de los años se quedan de rodillas en los reclinatorios, con rostros compungidos y dolor en el corazón.
Sabemos que el camino será largo, que los obstáculos se multiplicarán a cada paso, que entre las urgencias de unos y la laxitud de otros algunas cosas se podrán complicar, pero también sabemos que si bien no hay rosas sin espinas, quizás algún día podamos decir que no hay espinas sin rosas.
Me despido con la inconmensurable convicción que: Cristo, cuenta contigo y nosotros con su Gracia.
Dios guarde a Su Santidad
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