Nos dice:
Somos algunos los divorciados que nos hemos plantado renunciar a eso de "hacer el amor", por amor a Cristo, pero no somos distintos de aquellos que lo hacen.
La Iglesia no pide eso, pide sólo que el que se quiera acercar a comulgar sacramentalmente tenga tomada esa decisión, y hablado con su párroco para poner en marcha la forma de administrar el Sacramento de modo que no lleve a confusiones en los fieles, por bien del matrimonio cristiano.
Pero el que no, sigue siendo bautizado, hijo de Dios e hijo de la Iglesia.
El amor, tambien el humano, es bueno.
El amor viene de Dios, "Deus, caritas est". Por tanto, los que renunciamos por Dios, lo hacemos por amor también, por amor de carne y hueso.
No somos voluntad nada más. El Espíritu Santo sopla donde quiere.
A mí me parece que me ha dirigido a eso y a mi mujer también, además son muchas otras las circunstancias que aconsejan humanamente esa decisión.
No obstante, si mi mujer no quisiera seguirla, no la obligaría, es más, sería una cuestión a decidir nuevamente con quién quedarían los hijos, y el uso de la casa, etc., sin tormentos, puesto que en mi matrimonio lo dejé a mi esposa, dentro de la vida matrimonial, en régimen de separación de bienes, y, aunque al final hubo tormentas y tempestades, yo nunca le reclamé eso, y estaría dispuesto a dejar todo (se dice, pero hacerlo es más difícil), porque el que toma una decisión de éstas, está dispuesto a dejar también las... supuestas riquezas.
¡Un abrazo a todos!.
Juan
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